“El hombre de La Mancha”, un montaje inmaculado.

“El hombre de La Mancha”, un montaje inmaculado.

Personalmente, no soy muy aficionado a los musicales, pero una obra en la legendaria sala Ríos Reyna del Teresa Carreño siempre impone, siempre llama la atención. Esto se afinca cuando sé que el tema será Cervantes y el Quijote (soy un gran admirador del Caballero de la Triste Figura), y, más aún, cuando sé que la música estará a cargo de la titánica Elisa Vegas, quien, en mi opinión, es la mejor directora orquestal de este país.

El Quijote, como personaje y como historia, tiene una particularidad especial. No es un clásico inmortal, el libro de ficción más vendido (después de la Biblia) y, según muchos, la mejor novela de la historia por casualidad. El Quijote tiene el poder de ser, además de un relato cautivador, gracioso y trágico, un texto siempre fresco, un texto que, de la forma que sea, se puede adaptar a los tiempos que corran. “El hombre de La Mancha”, como musical, tiene ese mismo encanto; se estrenó hace casi sesenta años, pero, siempre que se monta, parece algo novedoso.

La primera vez que leí “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha” (que ya es hora de nombrarlo tal cual) fue, al igual que muchos, en el colegio. Recuerdo aquella tarde en la que, sin mucha expectativa, más pendiente de la evaluación que de cualquier otra cosa, tomé el libro entre mis manos (una edición cuatricentenaria preciosa ilustrada, además, por Doré) y, desde el primer párrafo, desde ese “En un lugar de La Mancha…” aquella historia, para mi sorpresa, se convirtió en algo adictivo, inolvidable.

Con una sala casi llena, “El hombre de La Mancha” nos lleva hacia un juicio inquisitorial que se le pretende hacer a Cervantes a raíz de supuestos irrespetos hallados en su obra maestra. Y, como no puede ser menos, el gran padre de las letras españolas, interpretado de manera fascinante por Djamil Jassir, (a quien tuve la fortuna de ver en “Jugadores”, una obra mucho más íntima), nos va abriendo las puertas de su manuscrito, de su historia, de su libro, de su personaje, de su ilusión, de su idea representada por Alonso Quijano, aquel hidalgo que, aburrido y desilusionado, cansado y desgarbado, decide hacer del mundo entero una aventura.

Una de las grandes ironías del Quijote, sobre todo del primer libro, es el hecho de que Don Quijote, al final de su primera gran aventura, cuando está regresando a casa encerrado como un animal, ignora que sus hazañas, si bien no albergaron la magia que él hubiese deseado, ayudaron a muchísimas personas, personas que nunca pudieron darle las gracias, personas que nunca fueron capaces de sopesar el bien recibido. Y a pesar de que es (y esto no se puede criticar) imposible abarcar la totalidad del libro en un espectáculo de duración media, esta idea flotó a lo largo del montaje, con su maravilloso elenco (Luigi Sciamanna, Dora Mazone, Carlos Manuel González, Gaspar Colón, Rafael Monsalve, Gerardo Soto, Verónica Arellano, Tomás Vivas, y muchos más) bajo la dirección del propio Jassir.

Como montaje, la versión presentada de “El hombre de La Mancha” en el Teatro Teresa Carreño fue impecable. Siempre me he preguntado acerca de la dificultad que debe implicar el dirigir un montaje tan complejo, con tantos actores y coreografías en escena, en el que hay en juego tanto. Pero la apuesta fue grande y salió ganadora. La escenografía, el juego de luces, la coordinación de todo dejó a la vista un resultado exquisito.

Parte de la gracia, de lo cómico del Quijote radica en todo el sufrimiento que éste atraviesa en pro de su ideal (y que se refleja perfectamente en el montaje). Es por eso que su espada está doblada y casi inservible, que su cuerpo está amoratado y débil, que Sancho, su inseparable compañero, a veces está harto. Pero la ilusión, las ganas de aventura por la aventura misma, estarán siempre intactas para todas las personas que crean en un mundo mejor más allá de las dificultades. Y es hermoso que, a pesar de la ciudad difícil que nos ha tocado, se siga apostando por las tablas, por la escena, por el contar historias. Al fin y al cabo, hay que ser un poco Quijote para seguir haciendo teatro en Caracas.

Tomás Marín

Ana Teresa Delgado de Marin

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